La ensayista argentina radicada en Brasil, investigadora en la Universidad Federal Fluminense de Río de Janeiro, visita la FCEDU en el marco de la Maestría en Comunicación | Antes del seminario de posgrado que comienza hoy, ofreció una conferencia abierta sobre la extimidad y las tensiones entre la espectacularidad de la vida íntima, la sociedad de control y el riesgo de descontrolarse.
Paula Sibilia escribió «La intimidad como espectáculo» durante la primera década del siglo XXI, un libro que es el resultado de su tesis doctoral y que en Argentina se publicó en el 2008. Nuevo siglo y nuevo milenio habían empezado con la explosión de dos fenómenos relacionados a la intimidad, que le llamaban especialmente la atención: los reality shows y la proliferación de blogs de formato «diario íntimo». Aunque parezca mentira, en ese momento Instagram dormía en algún sueño futurista y la mayor tecnología en la cámara de un celular era de 3 megapíxeles.
Muy poco tiempo antes, las computadoras no tenían incorporadas webcams sino que había que comprarlas por separado. Todavía eran muebles en una casa, usados por toda la familia, y para acceder a internet había que cortar la línea de teléfono. Todavía se hablaba por teléfono fijo. «Hago este ejercicio de memoria, porque como ha habido tantas transformaciones en poco tiempo, tendemos a olvidarnos», dice Sibilia, mientras muestra en pantalla imágenes de esos artefactos que hoy yacen moribundos en algún garaje o en algún cajón. En el Auditorio se escucha un murmullo de recuerdos compartidos con la gente de al lado: «¿Te acordás del ruido que hacía el módem cuando se conectaba?».
Paula Sibilia habla durante casi dos horas. «Creo que debo ser la única que estoy enteramente presente en este tiempo-espacio», dice. El resto del Auditorio –estudiantes, docentes, comunidad graduada de la FCEDU, personas que alguna vez la leyeron, que vinieron a escucharla como se escucha a la banda que te gusta– están absolutamente interesados en estar ahí, pero alguna vez, al menos durante cinco segundos, respondieron un mensaje o subieron su selfie en la conferencia. «Las redes desconocen todo límite de tiempo y espacio. Por eso estamos visibles, conectados, ansiosos y dispersos», se la escucha decir después.
Intimidad
¿Qué es o qué era la intimidad antes de transformarse en espectáculo? ¿Cuándo comenzó esa transformación?
«La intimidad es un invento burgués moderno, algo bastante reciente y relativo a la cultura occidental, exhalado de la cultura europea, con su ímpetu modernizador, industrialista. Comprendía un conjunto de actividades, memorias, actitudes que se suponían que debían quedar resguardados de la mirada ajena, preservados de la mirada del público. Todo eso que todavía llamamos lo íntimo debía permanecer en la esfera privada, separada del espacio público«, explica. La intimidad estaba resguardada con «barreras físicas como las paredes, cerrojos, cortinas, ventanas y también barreras morales como el decoro, el pudor, a veces mucho más sólidas que las mismas paredes». Había protocolos muy claros sobre lo que se debía hacer, e incluso, estaba resguardado por la ley.
Reconocemos, con la investigadora, que a pesar de que la esfera de la intimidad se está transformando, sabemos bien de qué se trata: «Esa dinámica que funcionó de modo bastante eficaz y consensual en las sociedades occidentales fue fundamental para organizar los modos de vivir del sujeto moderno». Así nos hemos organizado. Entonces, ¿adónde rastreamos esa transformación?
Compatibilidad
Sibilia explica que se ha producido en el siglo XXI una intensa compatibilización entre nuestros cuerpos, nuestros modos de vivir y los aparatos. En informática, precisamente, la compatibilidad es la condición que hace que un programa y un sistema, arquitectura o aplicación logren comprenderse correctamente de manera directa o indirecta, por ejemplo, mediante un algoritmo. En ese sentido, nos hemos vuelto compatibles con las tecnologías digitales. Entonces, «imágenes de ciencia ficción se han convertido en algo sumamente habitual», comenta mientras vemos gente sentada a la mesa, comiendo, buceando en el celular que cada quien tiene en la mano.
Su premisa antropológica fundamental es que los cuerpos y las subjetividades cambian históricamente y nos adaptamos a las herramientas culturales de las que disponemos en nuestro ambiente. Entonces, resalta dos cosas: por un lado, que las tecnologías no son buenas, malas ni neutras, son históricas, es decir, «cargan consigo ciertos valores y creencias típicos de las sociedades que las gestaron. Se pueden resignificar pero en general tienden a ser usadas de cierta forma. Suponen ciertos modos de vivir y no otros». Por otro lado, en consecuencia, que nos hemos hecho compatibles con ciertos modos de vivir que están implícitos en esas tecnologías.
La vida analógica / la vida íntima: basta de llamarme así
Antes fuimos compatibles con otras tecnologías, por ejemplo, el lápiz, el libro, el papel secante. «Requirió todo un esfuerzo compatibilizar con ellas y la escuela cumplió un gran papel en eso». Hemos dedicado cuadernos y cuadernos enteros para aprender a escribir con birome y en cursiva. Hubo una sociedad moderna que engendró las tecnologías escolares y fueron eficaces para su desarrollo.
De esta manera, Sibilia remarca dos vectores para analizar los modos de vida y su transformación, ahora en sintonía con las nuevas tecnologías: por un lado, los usos del tiempo y el espacio; por otro, el modo de relación del sujeto consigo mismo, el mundo y los otros. Mientras en algún momento pudimos dejar de estar en internet y vivir la vida analógica, desconectada; lo que solíamos llamar intimidad se volvió público. ¿Podemos seguir llamándola así?
Extimidad
«No es exactamente eso. Parece, pero al mostrarse rompe la premisa fundamental de lo que no debe hacerse público», explica la investigadora. Entonces eligió el término extimidad para nombrar aquello. Fue la primera en usarlo en este sentido, distinto del que acuñó Lacan.
Las redes sociales nacen, entonces, como canales para compartir la ex intimidad con los demás. Algo que no necesitaba la cultura moderna. «La selfie no es lo mismo que un autorretrato. No se toma para colgar en la sala ni para guardar en el álbum, como en la era moderna. La selfie implica que va a ser compartida instantáneamente y requiere una repercusión positiva, porque si no, se borra».
Se detiene en el subgénero de la selfie que más alboroto causa: el aftersex: «Un autorretrato con compañía, tomado inmediatamente después del acto sexual. Su destino es igual que cualquier selfie, compartirla, mostrarla y recibir repercusión. Y parece algo banal, pero es un síntoma bastante importante de esta transformación. El contraste con respecto a la sexualidad en el modo de vida inspirado por la burguesía que brilló a lo largo del siglo XIX y XX».
Además de la desnudez, el cuerpo, las emociones y las vacaciones, la comida –»que es la gran estrella de Instagram»–, también era parte de la intimidad. «No sorprende que hayamos inventado estos aparatos. Había un terreno que se había preparado para eso», asegura Sibilia.
La gran pregunta que surge es: ¿cuándo y cómo se preparó el terreno para que necesitemos compartir nuestra intimidad?
La sociedad del espectáculo: Performar para existir
Paula Sibilia llama entonces a su primer aliado: Guy Debord, que escribió «La sociedad del espectáculo» en 1967, un libro que hoy es un clásico. «Debord vislumbró en ese momento una transformación de la sociedad, muy importante: la emergencia de la sociedad del espectáculo, en la cual las imágenes y las apariencias empezaban a ser lo más importante«. Todo en el contexto del boom de la televisión, la publicidad y la sociedad de consumo. Sibilia refuerza: «El espectáculo no es un show, sino que es una relación social entre personas mediada por imágenes. Es decir, en ese momento los modos de relacionarse empezaban a impregnarse del espectáculo».
Visibilidad y conexión son dos vectores fundamentales de la vida contemporánea. «En el siglo XIX y XX tenían otros problemas, pero no estaban instigados a vivir visibles y conectados –afirma Sibilia–. Nuestra vida cotidiana se ha visto convocada a performar y a realizarse en la visibilidad. En las redes sociales es más fácil verlo pero no es sólo ahí que se da, hemos aprendido a vivir con esa lógica también offline, si es que todavía existe eso».
Performar es la cuestión. ¿Y qué es eso? La investigadora explica que es una especie de curaduría de uno mismo: «Performance, en su polisemia, es capaz de nombrar lo que no es una mentira exactamente. Es una versión photoshopeada de uno mismo, que calcula que hay alguien mirando y sabe qué es lo que se espera. Se performa para la mirada ajena».
Miedo a descontrolarse
Otro aliado al planteo es Gilles Deleuze con su breve y esclarecedor artículo «Posdata sobre las sociedades de control», publicado en 1990. «Se trata de un anexo a la obra de Foucault sobre las sociedades disciplinarias. Lo que desarrolla Deleuze es, precisamente, la diferencia grande entre control y vigilancia. El control es hasta lo opuesto: no es vertical sino horizontal, en red, de todos por todos. El doble tic azul del Whatsapp es un emblema de la sociedad de control», asegura Sibilia.
Pero además del control ajeno, crece el autocontrol y su contracara. Lo que surge como contrapunto de la instagramización de la vida es «el riesgo de que se vaya de control mi espectáculo». Precisamente, «mientras más mostramos, más riesgo tenemos de mostrar algo que no deberíamos, algo que no es una buena performance», dice la investigadora, mientras resonará en algunas cabezas ese primer capítulo de la tercera temporada de Black Mirror que parece sintetizar perfectamente la lógica instagram.
Lamentablemente sobran los ejemplos sobre videos que se viralizan, bullying, historias que terminan en tragedia. Sin embargo, no hace falta llegar hasta ahí: «Asistimos a un momento inédito de ampliación de las posibilidades existenciales, individuales y colectivas. La posibilidad de uso del tiempo y el espacio se ha multiplicado y lo mismo en las relaciones. Y al mismo tiempo aparecen problemas nuevos y no hace falta llegar a dramas muy profundos: uno muy banal y cotidiano es que no tenemos más tiempo para nada«.
Mientras las redes imponen lógicas que se superponen o rompen la lógica de las paredes, Sibilia reconoce que hay espacios que todavía funcionan como reductos y refugios analógicos y no es, precisamente, la escuela. El cine y el teatro son los lugares cuyas paredes todavía tienen consenso y legitimidad: «Si alguien está con el teléfono durante la película, va a haber un señalamiento social. La gente va al cine porque quiere que esa experiencia sea extraordinaria. Creo que vale la pena pensar mejor en estas dinámicas, son una resistencia a la lógica de las redes», dice Paula Sibilia para terminar. Y ya está investigando sobre eso.
Para seguir leyendo | Libros disponibles en la Biblioteca «Prof. Nélida Landreani»
¿Redes o paredes? La escuela en tiempos de dispersión
El hombre posorgánico. Cuerpo, subjetividad y tecnologías digitales
Texto: Rocío Fernández Doval
Fotografía: Paula Kindsvater