Lisandro Soler, en primera persona

Publicado el: 10 mayo, 2023 Última actualización: mayo 10, 2023
Su formación artística y profesional como graduado de Ciencias de la Educación se cruzan permanentemente en su trayecto laboral | Aquí, cuenta algunas de sus experiencias 

Lisandro Soler es profesor en Ciencias de la Educación, graduado en 2014. En su recorrido por la FCEDU participó de distintos espacios, más allá de los estrictamente curriculares: en el Centro de Estudiantes, en la cátedra Evaluación como ayudante alumno y una vez graduado, como docente adscripto en Política de la Educación. «Todas las cátedras y las lecturas me han marcado. Sobre todo los espacios de prácticas de enseñanza, en el especial el de Didáctica IV, porque es la primera experiencia donde uno tiene que hacerse cargo de la planificación y llevar a cabo la propuesta. También me marcaron las experiencias de participación estudiantil, asambleas, marchas, charlas y participar de la Murga», recuerda Lisandro al referirse a la murga “La Gran Descajete”, un proyecto de actividad cultural llevado adelante por el Centro de Estudiantes.

En este sentido, destaca que la carrera «aporta una visión de la educación como proyecto político y herramientas que nos permiten ver la complejidad del fenómeno educativo, lo normativo, lo institucional, lo pedagógico, lo subjetivo. Cuando entramos a una escuela o una carrera universitaria tenemos una mirada pedagógica y didáctica distinta a la de otros actores».

Ni bien pisó el campo laboral, tuvo experiencias en diversas escuelas públicas, como Del Centenario, Bazán y Bustos y Quirós; en esta última, además de desempeñarse como docente, fue asesor pedagógico durante un tiempo. Desde 2015 trabaja en la Escuela de Música de UADER, donde es docente de la cátedra Didáctica de la Música del Profesorado de Música y, desde 2018, de las cátedras Pedagogía y Didáctica y Seminario Didáctica del Teatro del Profesorado de Teatro.

«Además, soy músico», confía Lisandro. En carácter de artista y docente, ha coordinado talleres de murga, de percusión y de canto en la vecinal del barrio Mitre; y coordina un taller de comparsa en el barrio Maccarone, a través de Secretaría de Derechos Humanos de UADER.

«Hasta el año pasado trabajé en un jardín o juegoteca llamada ‘Alouette’, donde daba un taller de música para niños», suma. «Eran niños y niñas de dos a cuatro años, fue un gran desafío para mí. Desde ya que nuestra formación en Ciencias de la Educación no nos prepara para trabajar con grupos de niños tan pequeños, tampoco con nivel primario. En todos los espacios tuve que traer herramientas, observar y aprender de mis compañeros y rastrear de todos lados para buscar estrategias», reconoce Lisandro.

En este sentido, destaca que a diferencia del «trabajo más intelectual, de explicar las cosas, de manejarse con lecturas, textos, interpretación y análisis», en esta experiencia debió «trabajar a nivel más intuitivo y de exploración». De todas formas, «las herramientas de la formación siempre estuvieron presentes en el sentido de la planificación y de plantear una propuesta de enseñanza que fuera acorde a los grupos y a los espacios en los cuales me estoy desenvolviendo», destaca.

 

Docencia en contextos de vulnerabilidad

El recorrido de Lisandro Soler está atravesado por distintas experiencias de docencia en contextos de vulnerabilidad. En el Complejo Vecinal Mitre empezó coordinando un taller de murga, del que surgiría la agrupación Cacho Bochinche. «En paralelo, yo estaba dando clases en la escuela Quirós; entonces, chicos que estaban en cuarto o quinto año iban al taller. Con ese grupo viajamos a Mendoza, nos presentamos en Santa Fe, Rosario. Fue una experiencia hermosa. Lo que sí, una falencia –advierte– es que no logramos que fueran más gurises del barrio».

Al año siguiente, dio un taller de percusión en la misma vecinal. «Eran grupos difíciles de manejar en cuanto a disciplina básica, de escucharse, mirarse, entonces el trabajo en equipo era fundamental. Estaba acompañado por una asistente. Se articulaba con otros talleres que daba el Complejo y al final hicimos una muestra anual. Fue una experiencia hermosa donde también hubo que poner el cuerpo y exigió un compromiso muy grande», recuerda.

En 2019, en el taller de canto reconvirtió la propuesta «para que participen más gurises» y «fue más orientado a armar una especie de coro popular, cantar canciones que a ellos le gustaran», así como también abordar un repertorio del Litoral.

Por último, durante 2022, a través de la Secretaría de Derechos Humanos de UADER, trabajó en la vecinal del barrio Maccarone, donde «fue bastante difícil la cotidianeidad», confía, debido a «las falencias materiales, el problema de acceso a la cloaca, al agua limpia, los problemas de nutrición, la falta de vestimenta, de abrigo…».

«Todo lo artístico, lo expresivo, brinda un canal de expresión y por más que no termine habiendo una comparsa estable, o no se aprenda lo que uno pretendía al principio, lo importante es que este especio se pudo dar y hubo una reciprocidad. Algo quedó de todo eso», sintetiza Lisandro y reflexiona: «Trabajar en un contexto en el que se ven niños y niñas tan desprotegidos, hace que uno revea las prioridades».

 

Lisandro Soler, en primera persona
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