Empezó el ciclo Mañanas de bioarte, organizado por el Proyecto de Investigación “Biosemiótica, arte y técnica” de la FCEDU, que dirige la Dra. Lucía Stubrin | La primera bioartista invitada para charlar fue Luciana Paoletti, investigadora y docente rosarina | Grabación al final de la nota.
Luciana Paoletti tiene guardado un cumpleaños suyo. No en la memoria precisamente, ni en fotos. O, por lo menos, no en las fotos que acostumbramos a guardar. “Capturo microorganismos de paisajes, o de eventos. Por ejemplo, de mi fiesta de cumpleaños del 2009 tengo un registro de gran parte de los invitados invisibles. Y también lo hago con personas. Nosotros en el cuerpo tenemos millones de microorganismos que no nos enferman, incluso, muchos de esos los necesitamos para estar saludables. Este es un hisopado del codo de mi hermana –dice, en relación a la foto de la izquierda–. Cuando a las bacterias las tomo de un cuerpo humano, les llamo retratos. Son unos retratos un tanto particulares“, se ríe.
Es biotecnóloga, investigadora de CONICET y docente en la Facultad de Ciencias Bioquímicas y Farmacéuticas de la Universidad Nacional de Rosario. Mientras hacía su doctorado en ciencias biológicas, empezó a estudiar arte académicamente, aunque ya había incursionado en cuanto taller y clínica encontrara, porque lo que veía en el laboratorio, en las imágenes microscópicas, le parecía de una belleza tan grande que empezó a pensar cómo compartirlo. Cómo capturar y mostrar lo invisible. Así se convirtió en artista visual, más precisamente, en bioartista: los pigmentos son bacterias, las formas son las que tomen los microorganismos durante su vida y casi toda su obra es efímera.
Sin embargo, no termina de definirse así. “No me considero bioartista, llego al arte desde la ciencia”, dice Luciana Paoletti a manera de presentación. En charla con Lucía Stubrin, docente e investigadora de la FCEDU, Luciana es la primera invitada de un ciclo que se centra en conocer el trabajo de artistas mujeres que se desempeñan en el cruce del arte, la ciencia y la tecnología. “Lo que me pasó es que, al final de la carrera, en mis primeros trabajos en el laboratorio –eran en el área de microbiología– comencé a disfrutar mucho de lo que veía. Y me daba cuenta de que muy pocas personas teníamos acceso a eso“.
Sus primeras obras arrancaron por ahí: “Justamente con lo que hizo que llegara al arte, que es lo invisible, principalmente bacterias y hongos con las que trabajaba en el laboratorio. Al principio los capturaba de distintos lugares, primero eran invisibles y después crecían con los días. Y lo que hacía era un registro fotográfico”. Después incursionó en otras técnicas: “Empecé a pintar con las bacterias como si fueran pigmentos. El pigmento es reemplazado por microorganismos y lo que pinto, inicialmente, no se ve. Cuando se genera el crecimiento empieza la imagen, entonces, tengo que fotografiar porque todo es efímero y muere“.
“Al estar viva esta pintura, yo pinto y después aparece una imagen que no siempre es lo que quise dibujar”, cuenta acerca de su serie de biopinturas. Los dibujos se realizan sobre soportes sólidos con nutrientes y cada trazo comienza siendo invisible hasta que los microorganismos empiezan a crecer.
Después va a contar que para que las texturas logren percibirse en la foto, es necesario iluminarlas de una forma específica. A medida que va hablando de sus obras, se comparten registros en pantalla. “Esta es una plaza del pueblo donde nací, que es Cañada de Gómez, cerca de Rosario”.
Luciana recolecta muestras por donde va y en su taller hay extractos que colecciona y atesora. “Con eso armo algunas instalaciones, en las que estoy trabajando. Ahora en mi casa no manipulo muchas bacterias porque tengo una nena, lo dejo para el laboratorio”.
Pasados sus primeros trabajos, donde buscaba más que nada compartir “la belleza de lo desconocido”, empezó otras búsquedas. Por ejemplo, la serie de estampados biodinámicos. “Estampados que se generaban en el lienzo por el crecimiento al azar de los microorganismos del aire. Impregnaba el lienzo en nutrientes y crecían hongos, principalmente, que después terminaban muriendo –algunos esporulan y no llegan a morir–, pero las telas quedaban encapsuladas en unas cajas de vidrio y así las mostraba. Queda una impronta de lo que fue el crecimiento del microorganismo sobre la tela“. Esta obra fue presentada en la Bienal Kosice.
Después le interesó empezar a mostrar el proceso: “Me empezó a gustar que el espectador vea el proceso de captura, cómo yo trabajaba. Y me dejó de interesar que esté la foto, el cuadro divino. Quise que el espectador empiece a interaccionar“. Entonces, surgió una muestra donde Luciana capturó los microorganismos presentes en el piso del museo, durante la inauguración del salón. Las placas quedaron expuestas mientras duró la muestra, con su proceso de crecimiento. Todos los días ella agregaba un registro escrito de lo que iba apareciendo y el público podía ser testigo de eso. “Las personas que más se me acercan son las que les interesa lo científico de alguna manera”, advierte, aunque a ella le interesa más dialogar con artistas: “Me siento más identificada y más cómoda ahí. Yo vengo desde la ciencia entonces a mí me interesa interaccionar con el artista más que con el bioartista, o el científico”. En Rosario, muestra sus trabajos en una galería de arte en general y ha expuesto en conjunto con artistas que nada tienen que ver con el bioarte y la ciencia.
En ese sentido, no se identifica tanto con el rótulo de bioartista sino de artista que usa estas herramientas y técnicas para su quehacer: “Si me voy para el lado del arte es porque me permite fusionar este quehacer científico con una parte más subjetiva, personal y hasta amorosa, que la ciencia no me lo permite“.
Lucía Stubrin indica que, a diferencia del trabajo de otros bioartistas, su obra no implica un montaje tecnológico, sino que es más bien analógico, “como de otra época”, aunque implique un gran conocimiento técnico para su desarrollo. Luciana asiente: “De la parte científica, con lo que a mí me gusta trabajar en con lo que ocurrió hace mucho tiempo atrás, el científico que salía a recorrer la naturaleza, a observar. Al espectador puede que le interese cómo es un laboratorio y el cultivo de células neuronales, eso yo lo puedo hacer desde la ciencia. Pero a mí, desde el arte, me gusta mostrarle las bacterias de los malvones de una maceta. Algo que a la ciencia no le importa pero que el espectador no lo puede ver porque es invisible“.
Un proyecto que estaba desarrollando actualmente –previo a la cuarentena– y no llegó a ser mostrado es Microbestiarios del Paraná. Para eso empezó una escuela de kayak y fue tomando muestras de agua y de barro en islas y en la costa. “De este microbestiario me gusta jugar con lo fantasioso, porque permito que convivan microorganismos que tal vez están en distintos puntos de la isla o en distintas muestras de agua, que no sé si se llegarían a encontrar naturalmente. Se encuentran en mis frascos”. A partir de allí empezó a hacer dibujos en microfibra. “Parecen vistas aéreas de las islas”, observa Lucía. Entonces Luciana reconoce: “En realidad, yo creo que lo microscópico y lo muy macro, hasta las galaxias, se súper relacionan. Lo muy chiquito y lo muy grande, visualmente, son muy parecidos”.
–Aplicando estas técnicas del arte, ¿redescubriste nuevas miradas de tu trabajo de investigación como científica? –pregunta Lucía.
“Me sirve para querer a mi trabajo. Abre mi cabeza totalmente, tengo otra forma de mirar. Y eso hace que sienta un afecto por lo que hago, distinto. Tengo una relación con los microorganismos que no la tienen otros científicos. Y eso yo lo noto en la docencia, mis clases en la facultad son de microbiología y cuando les cuento esto a mis alumnos lo reciben de manera diferente. Se enganchan y quieren encontrarme bacterias raras para que las pueda usar como pigmentos en mi pintura“.
En cuanto a los debates bioéticos, la científica y artista reconoce que una parte importante de su tarea es desechar de manera correcta el material de su trabajo, algo que puede hacer –con el protocolo correspondiente– a través del laboratorio de la Universidad.
En cuarentena, Luciana Paoletti se ha dedicado a coleccionar todo lo que cayó gracias al otoño, especialmente, las hojas de los plátanos que están en la calle y llegan hasta su patio. También está desarrollando un proyecto de pociones mágicas: extractos de cosas y palabras. Escribe en pequeños papeles palabras que todavía no se anima a compartir y las pone a vivir en frasquitos de vidrio, con extractos de vegetales y objetos. La poción, con el correr de los días, absorbe las palabras escritas en el papel. Y así, se podría decir que adentro de uno de sus frascos, con paciencia, llega a vivir la esencia del poema.