Es investigadora y reside en Chile, egresó como Licenciada en Comunicación Social de la FCEDU y se doctoró en la Universidad Nacional de Córdoba | Le tomó tiempo confiar en que podía dedicarse a hacer lo que le gustaba, investigar; pero una serie de eventos en su vida la fueron llevando a animarse | Actualmente investiga procesos migratorios en el Centro de Investigaciones en Ciencias Sociales y Juventud (CICSJU) de la Universidad Católica Silva Enríquez | “La universidad pública argentina me permitió a mí acceder a la universidad”, reconoce | Su experiencia en primera persona.
Fernanda Stang es oriunda de Aldea Brasilera, “un pueblo pequeñito que está a unos 22 km de Paraná, por la ruta 11”. Empezó la carrera de Comunicación Social en 1993 y, por supuesto, nunca se olvidó del recorrido para llegar a la Facultad: “Viajaba todos los días, me levantaba muy temprano y tomaba el primer colectivo a las 6:15, que iba de Diamante a Paraná”. Como llegaba siempre temprano para las clases se sentaba en la Catedral a esperar que se hiciera la hora, “no por lo creyente… empecé a renegar de mi fe a final del secundario”, cuenta.
En 1999 se fue del pueblo. “En ese entonces Aldea Brasilera tenía 514 habitantes y según el censo, fui de las primeras personas en llegar a la Universidad”. Fue de la primera promoción del colegio secundario, “eso explica también que fuera muy difícil para la gente de la Aldea llegar a la universidad, tampoco está en el horizonte vital de las personas que nacimos allí. Es un pueblo alemán que tiene un origen migratorio, como muchos pueblos y ciudades de la Argentina. Eso ha abarcado mis intereses de investigación tempranos. Mi tesis de la carrera fue, justamente, sobre esa historia y el origen de la aldea en relación con el rol que jugó la iglesia en ese proceso migratorio bastante traumático. Sobre la incidencia que esa presencia de la iglesia ha tenido en el cuerpo y la sexualidad de la gente de la aldea”.
El paso por la Facultad
“Para mi fue un hito, un momento de cambios importantes. Mi colegio secundario era muy chico y cuando egresamos éramos 14, por ende, las primeras clases en el aula magna del edificio viejo fueron una experiencia muy dura”, recuerda. El año que ingresó Fernanda Stang a la FCEDU había 200 estudiantes ingresantes a la Licenciatura en Comunicación Social. “Sentía que era un mundo que no conocía, donde no sabía moverme, no conocía los códigos, me sentía desubicada. No sabía siquiera cómo atravesar la ciudad, cómo cruzar las calles con los semáforos, todos esos aprendizajes no los tenía en la Aldea”. Antes de venir a Paraná a estudiar, sólo visitaba la ciudad cuando acompañaba a su madre a cobrar el sueldo: “Mi mamá era la telefonista del pueblo cuando la empresa de telecomunicaciones era del Estado. Entonces esa era mi experiencia de la ciudad”.
Así es que, durante sus primeros días universitarios, Fernanda volvía a la Aldea llorando. Después se fue haciendo de “buenas amistades, compañeros que se transformaron en mis amistades de esos años y de mucho tiempo después”. La Facultad significó para ella “acceder a lecturas a las que nunca habría podido acceder o haber tenido acceso en la aldea. Leer a Marx, descubrir al pensamiento o a teóricos que uno ubica en el espectro del pensamiento político de la izquierda fue un descubrimiento que me impactó profundamente”.
Fernanda Stang había ido a un colegio comercial que se creó cuando su generación debía ingresar a la escolaridad. “La opción que tomaran los papás que estuvieron en la gesta para conseguir el colegio fue el comercio, justamente, porque no estaba en el horizonte continuar una carrera universitaria. O bien se la vinculaba con esos ámbitos”. Tal vez por eso Fernanda recuerda que “al principio, por las ausencias de estas lecturas pensaba que yo no era lo suficientemente crítica, que tenía que aprender a ser mas crítica de la realidad social. También me enseñó a aprender mi lugar de clase”, afirma. La memoria aparece nítida: estaba “leyendo Bourdieu para la cátedra de Caletti, que describía cómo era una casa de clase media baja. Fue un momento de comprensión, como cuando una siente que las cosas le hacen clic. Eso significó para mí la universidad: significó empezar a descubrir el mundo , porque antes mi mundo se reducía a mi Aldea, era un mundo bien limitado y muy homogéneo”.
En cuanto a anécdotas en la vida universitaria, recuerda las épocas del menemismo, de los intentos de arancelamiento y la resistencia de la universidad. Estaba recién en primer año. “Venía Menem a Paraná e iba a dar un discurso frente a la Casa de Gobierno y se generó una tensión entre la Franja Morada y la agrupación independiente, creo que era la Rodolfo Walsh… como que la Franja animó a que fuésemos a protestar en medio de ese acto y fue super intenso lo que nos pasó porque quedamos en la primera línea entre el palco y los asistentes. Nos empezaron a pegar y recibimos palos muy directos, hubo gente internada, incluso”.
También recuerda la primera experiencia en una marcha y la primera clase con Pablo Yulita en Psicología Social. “Estábamos en el aula magna y él entró, empezó a caminar lentamente por el largo pasillo hasta llegar a esa especie de palco donde se hacia la clase, con mucha parsimonia, con mucho silencio. Una performance muy estudiada. Una de las cosas que nos dijo era que para la clase siguiente teníamos que llevar un cuaderno de tapa dura, de 100 hojas rayado, forrado con papel araña azul. A mi me pareció rarísimo pero como soy bien normalita y obediente, a la semana siguiente llegué con mi cuadernito. Me costó muchísimo conseguirlo en la Aldea. Un 80% habíamos cumplido, el tema era como éramos de normados, de institucionalizados. Fue como un cachetazo esa experiencia”, señala Fernanda.
Dice que las clases de Yulita fueron muy significativas: coincidieron con el tiempo en que le diagnosticaron un cáncer a su papá. Como Yulita no tomaba asistencia, “al final éramos muy pocos los que íbamos, era casi una terapia de grupo. Recuerdo que un día llegué a su clase, luego del diagnóstico de papá, ahogada, con ganas de llorar. Me senté, éramos como cinco sentados en círculo con Yulita y empezó a hablar de la muerte. Me puse a llorar de una manera desconsolada, fue muy fuerte. Era medio brujo Yulita, lograba leernos la mente”.
Trae a la memoria las clases de Lambruschini “con su mirada habermasiana“, las clases de Análisis del Discurso y “otras que tenían una perspectiva muy foucaultiana”. “Nos sentíamos atravesados por un debate interno en este ping pong de perspectivas. Se pensó en organizar un debate entre los profesores, como para enfrentar esas posiciones”.
En la universidad accedió a la filosofía: “Nunca antes había tenido contacto con el registro filosófico, me costó muchísimo lograr entender, que me hiciera sentido ese tipo de lectura”. Recuerda un final de Antropología con Laura Méndez donde “armamos un sketch disfrazados de levistraussianos. Siempre valoro ese tipo de instancias. Ahora que he estado en otros campos académicos, me gusta mucho eso que tiene la academia argentina, que es desestructurada, que no es muy formal, sin que eso le quite seriedad o densidad a lo que se piensa”.
Devenir profesional, caminos que he seguido
Antes de hacer la tesis trabjó en una fábrica de muebles de cocina y de baño en Paraná, “para poder independizarme e irme a vivir sola, pensando que podría hacer la tesis mientras trabajaba”. Confiesa: “La verdad es que se me hizo muy difícil”. Después migró a Chile, dice que por amor, y como no tenía residencia que le permitiera trabajar, terminó la tesis durante ese tiempo. Luego volvió al país y trabajó en El Diario, en un suplemento que se llamaba Crónicas de viaje. “Fue una muy linda experiencia que me llevó a recorrer pueblos y ciudades de la provincia de Entre Ríos, era un suplemento turístico pero también cultural. Fue una experiencia muy mala en términos económicos, en plena crisis del 2001 y post 2001, pero en otros fue de aprendizaje y conocimiento del Entre Ríos profundo”. También hizo docencia en escuelas secundarias.
Hasta que volvió a migrar a Chile. Trabajó muchos años en Comisión Económica para América Central y el Caribe – CEPAL, organismo dependiente de Naciones Unidas: “Hacía apoyo en Investigación, en la división de población. También hice trabajo de edición, por muchos años”. En paralelo empezó “como pololeando con la investigación” y en 2004 ganó una beca de CLACSO para investigar “mis temas que son los Procesos Migratorios Contemporáneos. Esa Beca de Investigadora Junior fue mi primer paso en la investigación sistemática”.
Entre 2012 y 2013 empezó el Doctorado en Estudio Sociales de América Latina en la Universidad Nacional de Córdoba y continuó allí una vinculación con un grupo de investigación durante diez años que “fueron decisivos, siento que ése fue mi espacio de formación e investigación en temas migratorios”. Desde fines del 2018 trabaja en el Centro de Investigaciones en Ciencias Sociales y Juventud (CICSJU) de la Universidad Católica Silva Enríquez: “El nombre del Cardenal Silva Enríquez es muy importante en la lucha por los derechos humanos durante la dictadura en Chile, desde la resistencia”, cuenta Fernanda.
Le costó mucho tiempo animarse a hacer lo que quería: “La carrera académica, la investigación, la docencia universitaria no eran parte de mi horizonte vital y ahora, ya 45 años pintando sus buenas canas y mirando hacia atrás la vida, pienso que siempre es lo que quise hacer: investigación. Por eso la cátedra de Caletti me marcó profundamente en esos términos”. Le parecía algo “irrealizable, que no estaba en mis capacidades. Por supuesto que ahora me arrepiento de haber tenido tanto miedo durante tanto tiempo”.
Y se animó “por un hito de vida importante como fue el cáncer”: “Sé que a la gente le genera ruido cuando una habla de cáncer porque hay gente que lo lee desde la victimización o simplemente les perturba la idea, pero para mí es un hito vital importante, lo menciono y trato que suene lo mas natural que se pueda. Cuando me dio el cáncer por segunda vez estaba haciendo un trabajo que no me llenaba , no era lo que me apasionaba. A raíz de eso pensé: si voy a vivir pocos años, quiero vivirlos haciendo realmente lo que me gusta”.
Actualmente trabaja en investigación de temas de migración y participación política, ciudadanía y precariedades. “Estoy muy feliz con lo que estoy haciendo. Siempre estoy muy agradecida con la universidad pública argentina: es lo que permitió a mí acceder a la universidad. Cuando una vive en países donde la universidad es paga, aún la que es pública, entiende la enorme diferencia que ese acceso gratuito hace para la vida de las personas. La universidad argentina me diono sólo la posibilidad de estudiar sino de tener fundamentos sólidos y una mirada muy crítica que agradezco siempre y por supuesto se lo agradezco a mi alma mater que es la UNER”.
Y si de alma mater se trata, Fernanda Stang no puede dejar de reconocer a su mamá: “Ella fue la que me hizo pensar que podía y que tenía que ir a la universidad, algo que ella siempre quiso y no pudo por un montón de circunstancias, entre ellas, la pobreza. Estudiar no estaba en mi horizonte de vida, mi mamá me hizo pensar que era importante hacerlo”.