Fuertemente impactada por la crisis económica de los últimos cuatro años y el agravamiento producido por la pandemia, la industria editorial se repiensa | El investigador Alejandro Dujovne compartió una charla virtual con estudiantes de la Tecnicatura en Producción Editorial y estas fueron algunas de sus reflexiones.
La Cátedra de Introducción a la Edición y la Coordinación de la Tecnicatura en Producción Editorial de la FCEDU, organizaron la charla virtual “Estado actual del campo editorial argentino y la industria editorial en cuarentena”, a cargo de Alejandro Dujovne.
El disertante, que es Doctor en Ciencias Sociales, investigador de CONICET y fue unos de los redactores del proyecto de ley de creación del Instituto Nacional del Libro, se refirió, para empezar, sobre lo que es el vasto universo del libro como bien material y simbólico, conformado por diversos actores que tienen una relación particular entre sí y con el libro mismo: editores/as, distribuidores/as, libreros/as, lectores/as. Y también sobre la política, que cumple su rol y tiene su mirada. Para entender cómo funciona ese universo, Dujovne propuso plantear tres dimensiones: la producción del libro, su comercialización y distribución y el acceso.
«¿Qué políticas públicas hay? ¿Quiénes acceden al libro? ¿Quiénes tienen competencia de lectura? ¿Quiénes tienen la capacidad económica de comprar un libro? ¿El Estado compra libros, distribuye libros? –preguntó en relación al acceso–. Podemos tener entradas interesantes y analíticamente muy productivas desde la tres dimensiones. También hay que reconocer las distintas miradas, posiciones, puntos de vista, opciones que tienen los distintos actores o eslabones del sector. Dentro de los eslabones, de cada sector, hay miradas que pueden ser contradictorias».
En ese sentido, el investigador diferenció los distintos puntos de vista de los editores independientes y los grandes grupos editoriales. “Un editor independiente puede venir del mundo de las letras, ser traductor o amigo de escritores y ve desde su punto de vista las dificultades de ese mundo del libro. Editar supone una inversión importante de dinero, y al mismo tiempo ve que grandes grupos editoriales tienen más capacidad de hacer lo que a él le cuesta. Si ese editor no está en una vidriera de librería, puede ser porque los grandes grupos han copado esa vidriera. A su vez, capaz tenga otros trabajos y su vida no dependa de vender libros, al menos en un momento inicial. Esto le puede permitir hacer apuestas más arriesgadas, innovadoras, animarse a publicar otro tipo de autores o hacer experimentaciones estéticas”.
En el polo opuesto se encuentran los grandes grupos editoriales “donde la idea es dominar el mercado. Estos deben sostener una estructura de costos. Mientras más crece una empresa, tiene más costos y el volumen de producción tiene que ser otro. No puede editar sin tener una consideración económica. Ahí entran otras figuras más ligadas al mundo del negocio que empiezan a tomar parte de las decisiones de lo que se edita o no. Eso implica ir a lo seguro, lecturas más estandarizadas que vayan a un público amplio. Encontramos polos de funcionamientos que definen esos puntos de vista”.
Entonces aparecen otros jugadores importantes u otros actores importantes «que son los contadores, los agentes de marketing, otra figura ligada al mundo del negocio que empieza a determinar o tomar parte en las decisiones sobre qué se edita y que no se edita. Y claramente la gran venta de libros. No todos los libros alcanzan una gran venta, pero por lo menos la ilusión es esa. La ilusión de las grandes editoriales es arriesguemos lo menos posible. Vayamos a lo seguro. Ir a lo seguro supone en algunos casos escritura muy estandarizada. Es decir libros que no ofrezcan un impedimento al lector».
Dujovne apuntó que esa complejidad del universo libro crece, en la medida que nos enfoquemos en los intereses de cada sector: incluidas las imprentas, las distribuidoras y las librerías. «Cuando uno intenta, como es mi caso y de otros colegas, intervenir políticamente, no solamente analizarlo, no puede perder de vista esa complejidad. Por más que no tome posición, yo creo que la lectura tiene que ser un derecho. Y no sólo eso, sino que es un derecho al goce del lector«.
Qué está sucediendo y qué puede suceder con el libro en Argentina
«La crisis derivada de la pandemia hizo que el sector se hundiera. Que llegue a niveles de 2001 o incluso peores, en algunos casos. Es una situación muy complicada», detalló el investigador, con preocupación. «Con sector digo imprentas, editores, libreros, distribuidores. Habían empezado el año muy bien, creciendo muy bien, con muchísimas expectativas de lo que iba a venir en los próximos cuatro años. ¿Por qué? Porque se suponía que iba a haber una progresiva, lenta pero progresiva reactivación económica, una demanda del consumo del libro mayor por parte de la sociedad, políticas públicas más activas, etc. ¿Qué sucedió? Se cortó el consumo del libro. Se cortó porque la gente no tiene dinero, o porque tiene miedo, o porque tiene miedo a salir. Se cortó porque claramente la posibilidad de abrir librerías primero estaba vedada. Ahora está limitada. Pero también se cortó desde la política pública. Se esperaba una política pública muy activa. Yo estimo, quiero creer, que va a volver esa política activa y que de hecho, en algún punto se reactivó con la Comisión Nacional de Procuradores, alguna compra de Educación. Pero ciertamente tenemos un Estado mucho más demandado, exigido y es mucho más frágil que el que teníamos hace cuatro meses atrás».
Francia acaba de lanzar un paquete para sostener al sector del libro, librerías y editoriales de 250 millones de euros. Argentina tiene otro panorama: «una restricción externa de dólares y por otro lado, y una sociedad empobrecida, con muchas demandas sociales y con demandas sociales muy urgentes».
Respecto de algunas discusiones que se agudizaron con la cuarentena, puntualmente, la circulación de libros en PDF gratuitos –»gratuitos entre comillas, porque es un problema, es la gratuidad y es una forma, un eufemismo para decir piratería», sostuvo– Dujovne describió así la situación:
«La alianza estratégica que acaba de hacer Planeta con MercadoLibre a través de una tienda online, que de alguna manera trastoca ciertas reglas de juego, no es ilegal. Aclaro, no es ilegal, sino que traspasa ciertas reglas de juego establecidas en el mundo del libro y rompe un sistema de solidaridad implícito que había. Es un pequeño panorama. Así también está el tema del resurgimiento digital o la revalorización de lo digital. Esa es una primera temporalidad, es decir, los últimos tres meses».
Luego, habló de una segunda temporalidad, de mediano plazo y más: «Los cuatro años del gobierno anterior fueron años donde hubo una recesión económica o una retracción del consumo generalizado donde se cortaron las políticas públicas en muchos sentidos, no solamente el libro. Apenas asumido el gobierno, en enero del año 2016, el anterior ministro de Cultura, Pablo Avelluto –cuando todavía era el ministerio– lanza como primera medida la apertura irrestricta de importaciones. El tema de importación está mal planteado en el gobierno anterior. Era una discusión, pero ciertamente la salida que propone Avelluto era una apertura irrestricta. Escribí una nota en Página 12 tratando de discutir eso. Es una mala medida, por supuesto, y permitía intuir lo que se venía de ahí más. Lo que no tuvo el sector fueron políticas públicas ni regulaciones que ordenar al sector. Es decir, paradójicamente, la no política es una forma de hacer política».
De este modo, «durante los cuatro años de macrismo, el Gobierno dejó que el mercado definiera qué se tenía que producir, cómo debía circular y quién podía acceder a los libros«. En este punto, Dujovne remarcó: «Yo no soy antimercado, quiero decir, el mercado tiene un rol importantísimo. El punto es que en un mercado sin ninguna clase de apoyo, contención o regulación por parte del Estado… ¿qué pasa cuando eso sucede? Bueno, hay actores más fuertes que otros que definen los términos en que funciona el mercado».
Según el investigador, la ausencia de políticas públicas y la contracción del consumo medio, definieron una lenta caída del sector que implicó despidos, cierre de librerías, reducción en el número de ejemplares que se publicaban. «Y al mismo tiempo, al menos durante los primeros años, en tanto que el dólar estaba frenado, hubo una caída importante de las exportaciones y un incremento absurdo de las importaciones«.
Todo lo contrario a la bibliodiversidad que se pregonaba, se produjo un empobrecimiento del universo editorial: «Entonces tenemos el período presente. Los tres meses de la cuarentena y el hundimiento de todas las variables relevantes del sector editorial, el riesgo de cierre de librerías. El riesgo enorme de despidos de editores, el cierre de editoriales que en parte también tiene que ver con un sector que no tiene espalda, económica ni financiera producto de esos cuatro años que acabo de relatar. Esa la situación hoy».
La tercera temporalidad, es una temporalidad de largo y larguísimo plazo. Un problema estructural, largamente arrastrado, según Dujovne, es la pérdida de mercados externos. «La Argentina se ve al espejo y se piensa todavía como una gran potencia intelectual editorial. No lo es. Sí tal vez en términos de producción literaria e intelectual, incluso ha crecido, tal vez sí. Pero ciertamente no en términos editoriales. Argentina todavía se imagina como ese país productor y exportador de libros de mediados de la década del 30 hasta mediado de los 50, donde fue el principal productor de libros de lengua castellana en el mundo, donde inundaba las librerías mexicanas, españolas y de América Latina». El sostén del sistema editorial, desde allí, es el mercado interno.
Además, el investigador se refirió al «enorme desequilibrio, desbalance territorial geográfico que conforma el mercado del libro argentino. Tenemos un serio problema en la hiperconcentración que tiene la ciudad de Buenos Aires y alrededores, seguida por Buenos Aires, Rosario y alguna otra ciudad como Tucumán o Mendoza». Las cifras de producción sector editorial comercial muestran que «un 90% se produce en Buenos Aires, sobre todo en la ciudad de Buenos Aires, 5% en Córdoba, 2 o 3% en Santa Fe o particularmente en Rosario y el resto del país quedan totalmente desprovistos de editoriales. Esto significa que muchos escritores, ensayistas, etc. ni tienen la posibilidad de publicar». Entonces, preguntó cuántos Juanele Ortiz y cuántos Juan Filloy podríamos tener.
Lo mismo sucede con la concentración de librerías. «El sueño de lo digital, el sueño de que circulan por digital, no deja de ser un sueño. Aumentó, en efecto, en los últimos meses la producción la compra de libros digitales un 200, 300, 400%. Pero partimos de un número tan, tan bajo que sigue siendo irrelevante el número de libros que se vende, es decir, el principal medio de comercialización y circulación del libro, en Argentina, sigue siendo la librería. Entonces sí tenemos un déficit de librerías porque tenemos un déficit de acceso al libro en el país. Afortunadamente están las bibliotecas populares que hacen un buen trabajo».
Alejandro Dujovne, concluye entonces, al menos provisoriamente que «Ciertamente hay un problema de accesibilidad. No hay políticas de promoción de librerías. No hay una valoración de la librería, pero también hay un problema serio respecto a la distribución. Económicamente es poco rentable distribuir en serio al resto del país y entonces tener una librería hace que sea muy oneroso, o sea, muy costoso».
En Argentina, afortunadamente, existe la Ley del Precio Único del Libro del año 2001, que imita el modelo francés de inicios de los 80, «que es una ley que dice que el precio de venta al público tiene que ser igual en todo el territorio del país por equis tiempo, creo que por dos años. Esto significa que si uno compró un libro en Jujuy, en Formosa, en Córdoba, en Ushuaia o Buenos Aires ese libro tiene que valer lo mismo. Eso tiene enorme ventaja, que impide una competencia abusiva, desleal, donde grandes superficies, supermercados o grandes cadenas de librerías puedan vender por debajo del precio y de ese modo destruir a la competencia más inmediata y concentrada. Permite una regulación. Pero por otro lado, tienen el inconveniente de que no ha sido regulado que si una librería del interior del país tiene que pagar un libro, digamos Tierra del Fuego, ellos tienen que vender al mismo precio que se vende en Buenos Aires, pero el flete es carísimo».
Para el investigador, comenzar con atender al mercado externo podría empezar a equilibrar la balanza. «Podríamos amortiguar la crisis si tuviésemos más mercados externos y también permitiría bajar en algún punto los precios porque permitiría tener escala en la producción».