La directora del Museo Rosa Galisteo de Santa Fe, Analía Solomonoff, visitó la FCEDU en el marco de un Proyecto de Innovación Pedagógica sobre formación de públicos presentado por la cátedra Comunicación Institucional de la Tecnicatura en Gestión Cultural | Participó, además, la cátedra Ciencia, Arte y Problemática del Conocimiento de la misma carrera | La diseñadora y gestora cultural se refirió a las líneas y ejes de acción del museo, sus preguntas y sus transformaciones.
“Soy Analía, argenmex, nací en Rosario y a los 4 años me mudé a México –en realidad viví en otros países, y luego terminamos en México. Tengo esas dos geografías dialogando en mí”, comenta para empezar. Volvió al país en el 2016 y se convirtió en la primera directora del Museo Provincial de Bellas Artes «Rosa Galisteo de Rodríguez», de Santa Fe, elegida por concurso.
Desde su gestión, han cambiado unas cuantas cosas en el museo. Por empezar, la alusión al matrimonio desapareció: Rosa Galisteo ya no necesita ser nombrada como “de Rodríguez”.
En 1918, Martín Rodríguez Galisteo construyó el edificio, lo donó al Estado y dejó algunas condiciones: el museo debía llevar el nombre de su madre, coleccionar arte argentino y albergar una biblioteca especializada. Además designó a su primer director, Horacio Caillet-Bois. Hoy el espacio está por cumplir 100 años, es el segundo museo más importante de la colección de obra de la modernidad y en la ciudad de Santa Fe se conoce mejor, simplemente, como “el Rosa”.
“No soy una investigadora o experta en el tema de público –aclara–. Me formé como diseñadora gráfica, me especialicé en identidad y editorial. La edición me permitió ir abriendo mi campo de acción hacia la gestión. Empezamos a generar de manera colectiva plataformas para las editoriales independientes: ferias, espacios de formación, encuentros. Después me invitaron a trabajar en la Sala de Arte Público Siqueiros y La Tallera, los dos espacios del muralista que heredó el pueblo mexicano como museos”. Allí trabajó durante ocho años. Hace tres años está en Santa Fe, la ciudad de camino entre Rosario, donde nació, y Paraná, donde nacieron y crecieron sus padres. Es su primera visita a nuestra Facultad.
Todo ese recorrido permitió que Analía pudiera encabezar una transformación en las formas en que un museo se piensa en la comunidad y cómo puede relacionarse con sus públicos.
Mientras habla, se proyectan en la pared imágenes del montaje de “Museo Tomado”. Es lo próximo que contará en profundidad pero, antes que todo, remarca: “Para mí lo más importante para empezar a pensar en los públicos es que el primer público soy yo. Soy parte de esa persona que está en el aquí y el ahora”.
Vino a hablar sobre su experiencia en función de ese tema y se define como una «servidora pública», que tiene el deber de pulir el propio gusto «encauzarlo, darle un formato, sumarlo a una voluntad política, a una política pública cultural». Sin embargo, no niega que «mi cuerpo, mi vivencia, mi bagaje» produce una mezcla entre «lo personal y lo profesional, con una frontera que se desdibuja todo el tiempo; y es desde ahí donde pienso mi accionar en los espacios desde donde he trabajado».
Museo Tomado
Tal como la casa tomada que imaginó Cortázar, donde «algo que no sabemos bien qué es va ocupando el espacio y nos va obligando a retirarnos» –en las propias palabras de Solomonoff–, la acción de Museo Tomado fue esa: todas las obras del patrimonio del Rosa, salieron de la reserva y empezaron a ocupar el museo en su totalidad.
Se trata de la última acción/exposición inaugurada en el museo y estará disponible hasta agosto para su visita. Analía Solomonoff pregunta quién ha visitado el Rosa y casi un 50% del aula levanta la mano. Enseguida llega el relato que muchos no conocen: «Museo Tomado es un trabajo curatorial pero que también logramos vincularlo con una acción de gestión pura, administrativa. Teníamos una demanda ciudadana, del público –ciudadanos, artistas, investigadores– que querían conocer el patrimonio que resguarda el Museo; por el otro lado, teníamos que emprender la remodelación de la reserva. No sabemos muy bien qué fue antes o después, qué definió qué. Pero el hecho es que hablábamos de las 2700 obras que resguarda el Museo y, ¿dónde están? Con la remodelación de la reserva era inminente retirar la obra de allí, entonces, en vez de pensar en armar otra reserva, dijimos: bueno, abramos la cáscara de la naranja al revés, y convirtamos el Museo en la reserva«.
De las 2700 obras, 850 –en su mayoría pintura y escultura– están exhibidas en la sala principal. Se trata de las piezas que están en condiciones óptimas de conservación. El resto está en dos salas de exposición, donde no se puede acceder todo el tiempo, por cuidados reglamentados, pero sí se puede sacar turno y recorrerlas con el personal de patrimonio y de conservación y restauración del museo. Solomonoff vuelve a remarcar que están en la sala de exposición: «La enunciación es que estamos ocupando ese espacio, no hay puerta de seguridad, te puedes asomar, ver los muebles y la obra apilada. Éso fue muy importante para nosotros: entender que la potencia de Museo Tomado no era sólo pensar el museo como un espacio de exposición sino justamente que habíamos logrado vincular una acción administrativa con una acción de programación. Que la acción administrativa sea una acción creativa, pensada, no un problema. Lo que parecía un problema lo convertimos en una potencia«.
Ése es uno de los preceptos más importantes de Museo Tomado: «Que todo sea visible. Tanto la obra como nuestro trabajo de todos los días».
Otras políticas de formación de públicos
Trueque
Entre tanto, surgen otras imágenes en la pantalla y el relato de otras acciones, como «Trueque», organizada en conjunto con el colectivo Barrio sin plaza, una iniciativa de gestores culturales, artistas y vecinos y vecinas del barrio Villa del Parque en Santa Fe.
Se trata de una actividad que plantea un trueque patrimonial entre el museo y el barrio; de esta manera, durante dos días, seis obras del acervo del Museo –cinco pinturas y una escultura–, seleccionadas para la oportunidad, fueron expuestas en uno de los salones de la vecinal, sin más intervención que la iluminación. En contrapartida, tomaron lugar en el museo expresiones del patrimonio cultural de Villa del Parque: el ritmo de los tambores y el baile murguero; la voz de las y los vecinos que hicieron y hacen la historia del barrio; fotografías de una acción urbana para visibilizar la violencia institucional.
Esta actividad, que se enmarca en una política concreta de gestión, enfocada en la relación museo-comunidad, significó, según Solomonoff, una posibilidad de ampliar las preguntas: «Una noche me pasó que volví con los cinco cuadros y una escultura al espacio de Museo Tomado; hacía dos horas un niño había entrado a la vecinal y había dicho sorprendido: ¡ésto es un museo! Y yo llegué y dije: uy, esto es un museo –agobiada–. 2700 obras. Si divido esas obras en seis me da 450 museos. Pasan ese tipo de cosas. Repensamos el espacio museístico, la democratización y lo que trastoca los museos hoy en día: pensar qué es lo hegemónico, pensar sobre la acumulación de obra y de capital simbólico: yo decido qué expongo, qué muestro, qué es patrimonio y arte y qué no es. Todas esas preguntas que se vienen haciendo hace un montón, que son problemáticas, a la vez son potencias, que activan y amplían la relación con ésto que llamamos público«.
Arte e investigación
También aparece la relación fundamental con artistas, investigadores e investigadoras. Allí mencionará dos acciones del museo: por un lado, la convocatoria del Salón Anual Nacional de Santa Fe –conocido como Salón de Mayo– que desde hace 96 años es una de las principales vías de ingreso de obras al patrimonio del museo; y, por otro lado, el certamen Hugo Padeletti de estímulo a la investigación en el campo de las artes, para proyectos originales cuyo objeto de estudio sea el Rosa Galisteo y su obra.
En ese marco, por ejemplo, la investigadora feminista Georgina Gluzman indagó sobre los lugares de lo femenino en el Museo Rosa Galisteo; y Juan Cruz Pedroni, ganador de la edición 2019 del certamen, investigará sobre los retratos del escritor y crítico de arte Mujica Lainez que integran el acervo.
Público joven
El programa de residencias culturales del Ministerio de Innovación y Cultura de Santa Fe, promueve la formación de jóvenes de entre 18 y 25 años para desempeñarse en los distintos espacios culturales de la provincia.
A través de esta política «quedan seleccionados diez jóvenes que reciben durante todo un año una formación con el área pedagógica sobre mediación con públicos. Ésa también es otra estrategia de creación de público. Al generar una plataforma pedagógica de enseñanza para jóvenes, automáticamente, el museo necesita entender y sensibilizarse con esa generación. Eso también implica estar atentos de cuáles son sus preocupaciones y sus miradas sobre el museo. Son jóvenes que no necesariamente tienen que venir del campo de las humanidades y eso amplía la posibilidad de la mirada sobre el público: no pensar que lo que tenemos que activar en un espacio museístico tiene que ser para una comunidad específica vinculada a la cultura», remarca Solomonoff.
Otras disciplinas
El panorama de acción se sigue completando en la relación con otras disciplinas, por ejemplo, la arquitectura. A través del vínculo con dos arquitectos, Javier Mendiondo y Federico Cairoli, surgió junto a los colectivos de arquitectura invitados Contact_to y Off The Record la obra «Operación rosa» .
«¿Qué hace, por ejemplo, el vínculo con la arquitectura? –pregunta–. Ellos propusieron que el público entrara por la ventana, a través de una estructura de andamios. Ese es un jaque absoluto a una construcción decimonónica de museo. Habla de un montón de cosas que atraviesan la pregunta qué es un museo. Habla también de público: quién entra por la ventana y quién por la puerta principal, al gran salón».
Asimismo, próximamente llegará al museo en comodato por un año una obra de un colectivo de artistas sobre un meteorito: «Cuando empiece a desmontarse Museo Tomando llega el meteorito. Está oculto en una caja y esa caja se puede abrir dentro de 150 años. Un equipo de abogados va a trabajar con estudiantes de Derecho cuestiones como el patrimonio: es patrimonio natural y cultural también, porque lo integraron en una obra. Entonces, otras disciplinas que parecen no tener nada que ver con el arte empiezan a cruzarse y una obra desplaza el pensamiento de estudiantes de Abogacía».
Por qué en el Rosa
Analía Solomonoff despliega su experiencia y su concepción acerca de la gestión de un museo como el Rosa Galisteo con argumentos, sensibilidad y también honestidad.
Los públicos importan, la identidad importa, la imagen institucional también y replantearse la tarea de gestión de lo público en el arte, constantemente, sobre todo. En ese marco, no duda en subrayar que su pregunta ante cualquier propuesta es «por qué en el Rosa». Si la respuesta es: «porque es un museo importante», no basta.
«Defiendo profundamente que los espacios tienen el deber de generar una identidad. Tienen que hacerse la pregunta de qué tiene que suceder entre las cuatro paredes del espacio. Por qué voy a trabajar ésto y no ésto. Esa decisión tiene que ver con la escucha del afuera y de un momento histórico», remarca.
Ante esa definición conceptual y política, su postura, sin embargo, no es cerrarse: «Tienen que venir los jóvenes y también las personas que dicen que la obra de Soledad Sánchez Goldar son trapitos. Hay que conversar, hay que escuchar. La misma Soledad dice que son trapitos: son telas que bordé. Qué hacemos con eso. Qué es lo que está trastocando. Los códigos de la modernidad siguen operando no sólo en ese grupo sino en nosotros».
Algunas personas dicen que Museo Tomado es un espacio abarrotado y desorganizado, otras empezaron a ir a estudiar o a encontrarse a tomar mate en las zonas comunes del Rosa. Analía Solomonoff dice que su tío Pirincho le aconsejó que, a veces, es más importante lo que dice la gente que nunca fue al museo y opina igual: «Porque algo está pasando. Hay una reverberación que trasciende el espacio físico del museo. Eso es lo cultural».
Nota: Rocío Fernández Doval | Fotografía: Paula Kindsvater