Colectivo Electrobiota, diálogos interespecies, prácticas desobedientes

Publicado el: 13 septiembre, 2020 Última actualización: marzo 21, 2024

Cerró el ciclo de charlas “Mañanas de bioarte” con la experiencia del Colectivo Electrobiota | Durante tres encuentros, Lucía Stubrin, docente de la FCEDU y directora del Proyecto de Investigación organizador del ciclo, conversó con artistas que trabajan en el cruce del arte y la ciencia | La grabación de la charla está disponible al final de la nota, así como el registro de los encuentros anteriores.

El Colectivo Electrobiota comenzó en 2014 con Guadalupe Chávez y Gabriela Munguía, dos artistas mexicanas que se conocieron en Buenos Aires estudiando la Maestría de Artes Electrónicas de la UNTREF. “Fue amor a primera vista”, dice Gabriela. “Ambas vinimos a aprender de las prácticas desobedientes del sur”, agrega Lupita y se ríe. El aspecto migrante y el desarraigo las reunió y nunca dejaron de trabajar juntas. Tampoco nunca más se fueron de Buenos Aires. Son vecinas y son familia.

También las unió el interés por las plantas y los diálogos interespecies. “Queríamos crear una línea de investigación que fue desde el principio muy experimental. Surgió cuando empezamos a hablar sobre qué nos interesaba de las plantas, qué tipo de diálogo nos interesa tener con ellas. Y ahí fue emergiendo esta línea de investigación que hoy llamamos diálogos interespecies. Dislocamos también la mirada: no es solamente un tema de las plantas. Trabajamos con un espacio sensible, húmedo, poético que es la rizosfera, lleno de seres“.

Imaginación radical, pensamiento especulativo, recursividad, fabulación. Dicen que esas son sus herramientas.

Se sienten lejos del bioarte más tradicional. “Entendemos que trabajamos con lo vivo pero hemos hecho el ejercicio de repensar muchísimo estas otras formas de acercarnos a la naturaleza y que también disrumpen con el discurso bioartístico más tradicional de hace algunas décadas”, define Gabriela. “Incluso con el discurso mismo de la ciencia. Buscamos una ecología de los saberes, donde no se superpongan unos con otros. Tratamos de abrazar otras lógicas de aprendizaje, que no son humanas”, completa Lupita.

La máquina de impresión orgánica Eisenia fue su primera obra como colectivo y se presentó en la Bienal Kiosice. Es una máquina que busca descentralizar la noción de máquina. “Hay un discurso totalmente ilusorio de la modernidad, de lo tecnológico. La impresión 3D se posiciona como una tercera revolución industrial de la que se habla a nivel global y que está cambiando el sistema económico. Nosotras queríamos ir más allá, disrumpir la paradoja de la tecnología”.

Eisenia tiene un metro ochenta. Su nombre viene de las habitantes que viven dentro de la máquina: lombrices rojas californianas. En permacultura son actores claves para la regeneración del suelo. En la parte superior de la máquina hay un ecosistema con plantas que las artistas crearon para que puedan vivir las lombrices: “Ellas secretan un líquido que va decantando, un hidronutriente que a su vez riega una cama de semillas orgánicas, en un sistema semihidropónico, que irá creciendo a su tiempo. Para nuestra lógica la máquina tenía que trabajar bajo los tiempos de este desarrollo y crecimiento de las plantas y de los mismos dinamismos que van generando las lombrices. Queríamos poner en tensión las problemáticas de los territorios donde se desarrolla la agricultura intensiva“, explica Guadalupe Chávez.

También querían poner en tensión las lógicas de la funcionalidad: “Es una máquina inútil”, agrega Gabriela Munguía. Se lo han dicho. Y se ríen con eso. “Tarda doce horas en hacer ese regado. Tiene un tiempo en el que va creciendo el pasto. Luego lo cortamos, volvemos a alimentar las lombrices. Es una máquina cíclica que está determinada en estos tiempos. No vamos a negar que es un ejercicio de diseño porque estamos controlando este proceso”. El pasto crece según el diseño de regado que se programa. Se imprimen los nutrientes. Utilizan la tecnología como “una membrana sensible para amplificar estos diálogos”.

“Ha sido muy interesante la recepción de este trabajo, de la biología, de la agroecología. Hemos tenido la oportunidad de pasear bastante con ella y es una obra que exige muchísimo de parte de un museo”, reconoce Gabriela. En ese sentido, piensan que la mayoría de las instituciones no están preparadas para recibir obra viva. “Tenemos una responsabilidad con lo vivo”, afirma Lupita.

En este sentido, hay una postura clara respecto de cómo piensan el bioarte y sus obras. “Hemos abrazado mucho el tema de las humanidades ambientales. Pensarnos desde ese lugar implica no sólo el hacer desde el arte, la ciencia y la tecnología sino también la ética. Del buen vivir, del buen hacer. Hemos intentado de alguna manera ser muy cuidadosas. Creemos que desde el arte no deberíamos repetir la lógica frankesteiniana de la ciencia”.

Con Rizosfera FM partieron de la noción de melancolía territorial: una intuición acerca de lo que sienten los árboles en territorios urbanos, donde están incomunicados entre sí. ¿Qué sentirá una planta cuando no es parte de un bosque? ¿O una que vive en un baño, aislada? ¿Cómo será esa melancolía, esa falta de pertenencia? Entonces empezaron a imaginar cómo serán las redes invisibles que tejen a través de la tierra, de la rizosfera. Después de mucha investigación, la obra final fue una instalación donde la radio fue una aliada fundamental.

A través de biosensores y de biotransmisores recibían actividad eléctrica de las plantas y la decodificaban en pulso y en sonido. “Después, hackeando unos radiotransmisores de auto, mandábamos esa señal y la sintonizábamos en una estación de radio. Había unas radios en el espacio y todo el mundo podía escuchar lo que las plantas estaban transmitiendo. También con tu celular podías ir sintonizando cada planta de acuerdo a la frecuencia en la que estaba”, cuentan. Podían escuchar la señal de las plantas y los cuerpos mismos interferían las señales. “Había una interacción y eso nos llevó a una sorpresa, hasta que no sucedió en el lugar no lo percibimos”.

Insisten, no se consideran bioartistas: “Trabajamos con la naturaleza, hemos hecho ejercicios de manipulación y de control, pero de alguna manera creemos que Latinoamérica nos pone en otro tipo de contexto, donde el arte es situado, subalterno, donde nuestra práctica es fronteriza. Buscamos otro tipo de diálogos que no tienen que ver ni con las metodologías, ni con las prácticas científicas, ni el biodato“, afirma Gabriela. Por su parte, Lupita señala: “Esta raíz que se ha engrosado con los diálogos interespecies tiene que ver con que la categoría de especie se ha vuelto difusa”.

En ese sentido no les interesa trabajar en un laboratorio y más que la inter o transdisciplina, les gusta hablar de indisciplina. Su mirada se cruza con los saberes populares y el conocimiento periférico.

En relación a cómo continúa su trabajo en cuarentena, contaron que este año tenían previsto participar del Festival Aleph en México, de manera que repensaron el taller que iban a coordinar para adaptarlo a la virtualidad. Lo llamaron “Diálogos interespecies en la inmunidad solidaria”, “pensando la inmunidad como ese estado de resistencia en el que nos encontramos en estos tiempos de incertidumbre. Fue muy interesante reconocer la vulnerabilidad y sentirnos conectados a otras especies en esa vulnerabilidad”.

Texto: Rocío Fernández Doval

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Fecha: 07/09/20

 

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