Colectivo En Las Flores: “El taller es un entramado, realmente se siente a la tecnología como una mediación social”

Publicado el: 15 septiembre, 2021 Última actualización: febrero 19, 2024

El Colectivo “interdisciplinar indisciplinado” En Las Flores fue parte del Seminario “Comunicación y soberanías: construyendo una constelación de resistencias”, donde compartió su experiencia con tecnologías libres en la Unidad Penal N°2 de Santa Fe.

Por Bernardo Gaitán Otarán – docente del Seminario “Comunicación y soberanías: construyendo una constelación de resistencias”

Desde el Seminario de Problemas Contemporáneos de la Comunicación “Comunicación y soberanías: construyendo una constelación de resistencias”, de la Licenciatura en Comunicación Social, invitamos a Martín Morales y Federico Ternavasio, integrantes del Colectivo En Las Flores de la ciudad de Santa Fe para una entrevista colaborativa. La propuesta era dialogar e intercambiar perspectivas respecto a soberanías: alimentaria, de los cuerpos y sobre todo, tecnológica. Desde su planificación, la cátedra busca visibilizar grupos, organizaciones y colectivos que trabajen, pongan en prácticas (y en tensión) algunos de esos conceptos. En particular, había un interés por conocer la experiencia del taller de tecnologías, un espacio de creación y experimentación gestado dentro de la UP, y compuesto por internos, estudiantes avanzados y docentes de la Tecnicatura Universitaria en Software Libre (de la Universidad Nacional del Litoral).

Fotos: 1: Martín Morales durante un taller | 2: Federico Ternavasio durante un taller | Autor: Berna Gaitán Otarán (Licencia: CC BY SA)

 

Tal como se denominan en su sitio web, En Las Flores es “un colectivo interdisciplinar indisciplinado” que se constituyó en 2018 y está compuesto por alrededor de quince personas con trayectorias y formaciones diversas: del ámbito académico, militantes y activistas, personas en proceso de re-inserción post-carcelaria. Desde su conformación viene trabajando con las poblaciones en contextos de encierro, desplegando talleres de oficios en cárceles de la ciudad de Santa Fe (en la UP N° 4 de mujeres y en la UP N° 2 con varones). Las propuestas abarcan encuadernación, serigrafía, música, escritura y tecnologías.

Si bien suelen insistir que el proceso de conformación aún está en construcción, se marca como punto de inicio con el Programa Educación Universitaria en Prisiones (PEUP), algunes integrantes trabajaban como tutores en la UP N°2. El Instituto de Detención de Santa Fe tiene una población carcelaria de 1200 presos varones adultos y un número similar de guardiacárceles. Es un barrio al interior del barrio Las Flores, donde hay una escuela primaria, una iglesia, bibliotecas y el espacio de la UNL, que es donde se desarrollan los talleres. Previo a la pandemia, esa sala con computadoras era el acceso a carreras universitarias de diversa índole a distancia, como la Tecnicatura Universitaria en Software Libre, donde Martín y Federico trabajan como docentes.

La cárcel suele ser un lugar impenetrable para poder desplegar este tipo de propuestas. Como suelen indicar desde el Colectivo, “se trabaja en la cárcel a pesar de la cárcel”.

–¿Cómo surgió un taller de tecnologías dentro del penal?

El taller de tecnologías surgió por pedido de los internos de tener un espacio particular, específico para pensar la tecnología, y abordar lo que son las tecnologías libres. Le llamamos taller más que nada a ese espacio que tiene un formato de trabajo, en el cual se va experimentando, intercambiando saberes y se conforma en base a las necesidades que van surgiendo, en una búsqueda por horizontalizar las relaciones.

–¿A quiénes convoca el taller?

Decimos pibes y en el imaginario viene alguien joven, pero estamos hablando de gente 20 y 40 años o más. El taller este transcurre en lo que es el programa Santa Fe Más, que es un programa provincial nuevo. Tratamos de aprovechar esos programas aunque no nos sentimos identificados con todo lo que el programa propone. Sabemos que son herramientas para poder entrar en la cárcel y hacer una actividad.

El programa tiene un límite de edad a los 34 años y eso para una cárcel de adultos es poco. A la vez tiene que ser una persona que esté cerca de salir, de terminar su condena. Es una ventana muy chica en la que se cumplen con esos criterios.

–¿Cómo trabajan? ¿Cuáles son las dinámicas?

Desde la primera vez que fui a la cárcel en 2015 o 2016, siempre lo que se pone sobre la mesa es la necesidad del vínculo, del contacto. Del momento de compartir y charlar un poco.

Somos una de las pocas actividades interpabellones. Las personas que están presas no ven a nadie por fuera de su propio pabellón. Entonces claro, quizás se encuentran con conocidos, con parientes, y hay una necesidad de conversar. Uno no puede decirles “no charlen”. Estamos hablando de adultos, no da tratarlos como niños, ni minorizar a nadie. La idea es no replicar la lógica de la cárcel, del encierro, sino tratar de generar otras lógicas en este espacio que compartimos: uno no reta, no anda persiguiendo o censurando, no anda poniendo etiquetas.

En realidad, no hace falta retar a nadie porque siempre un ochenta por ciento del grupo está con la tarea. Tratamos de que las propuestas que llevamos sean mínimamente copadas como para que se entusiasmen por sí solos.

Hay como un entramado ahí, realmente se siente a la tecnología como una mediación social: el artefacto se hace entre todos. Y convive ese manejo de la tecnología y ese laburo que se hace con toda una situación social que tratamos de que sea lo más comunitaria, igualitaria y libre posible.

Fotos | Autores: 1: Martín Bayo (Licencia: CC BY SA) | 2 y 3: Martín Morales (Licencia: CC BY SA)

 

–¿Qué dificultades tienen y cómo las superan?

Ahora estamos haciendo una segunda experiencia con nuevas personas. Y las dificultades son que los pibes hace mucho que están dentro de la cárcel, hace mucho que no tienen contacto con una computadora, por ejemplo. Ahí ya hay una dificultad de frecuentar un equipo y no tener esa práctica.

Hay pibes que tienen una alfabetización a medias, que han hecho la primaria nada más. Incluso posiblemente se sume una persona que no sabe leer y escribir. Ahí va a ser otro desafío.

Otra dificultad que se detecta es que están encerrados todo el tiempo, y nosotros vamos al taller una vez por semana: los miércoles de 14.30 a 16.30 hs. Es un espacio muy acotado… No sé si son dificultades, son las características de trabajar en un contexto de encierro. Hay pibes que están ahí hace quince años y no conocen de que trata el mundo hoy en día.

–Uno de los primeros interrogantes que surgen en este tipo de proyectos es sobre una cierta contradicción o al menos tensión entre lo libre en cuanto a cultura y tecnologías, y la realidad de quienes vive en un contexto de encierro. ¿Cómo trabajan desde lo filosófico con alguien que quizás ni siquiera puede visualizar cuándo va a salir?

Muy al principio teníamos un podcast que se llamaba “Compartiendo en libertad” y ese nombre le quedó después al taller de lectura y escritura. Ahí hablamos de cultura libre, de las licencias, de software libre y leíamos a escritores como Rafael Barrett, que tematizan mucho el tema de la libertad por vías anarquistas.

Siempre institucionalmente se habla de los privados de la libertad – hablo en masculino porque me refiero a la cárcel de varones, la experiencia en la UP No 2 en Las Flores. Y al momento de hablar del software libre una de las definiciones posibles, súper hegemónicas que ya sabemos que hay que deconstruir, es en base a las cuatro libertades. Entonces decíamos “estás privado de libertad, pero ¿de qué libertad estás privado? ¿De la cero, la uno, la dos, las cuatro?”.

Y salía esta cuestión de que en realidad la libertad parecería ser otra cosa, no algo que te quitan encerrándote. Te quitan la libertad ambulatoria. El término completo sería “privados de la libertad ambulatoria”, pero la libertad en un sentido más profundo no se priva.

En ese taller hicimos una publicación, el Antidiccionario de palabras en la cárcel, donde algo sobre la libertad se dice. Justamente, hablar de software libre y pensarlo en un espacio donde están los privados de libertad suena como contradictorio. Pero por otro lado, me parece que que funciona como una reafirmación de que la libertad es otra cosa.

Fue el software libre lo que propició discutir sobre libertad en estos términos filosóficos. Y después tener conversaciones un poco más elaboradas sobre qué significa ser libre.

(…) Uno podría preguntarse, ¿son libres los empleados del servicio penitenciario? Tienen dos metros cuadrados para moverse, se pasan treinta años acá adentro para jubilarse, y entonces cumplen un tercio de la condena de los internos. (…) Perder la libertad es cuando te quitan un sueño o un pensamiento.

[Fragmento del “Privado de la libertad” en el Antidiccionario]

Los pibes que participan en este tipo de proyectos, que son coautores de todos estos espacios, sienten que crecen, que se elevan por encima de la situación en la que están los del servicio penitenciario.

–¿Con qué propuestas iniciaron?

Al principio se propuso trabajar cuestiones vinculadas a desarrollo web y de programación. Uno lleva como una promesa o un proyecto de laburar con tecnologías, de compartir conocimiento. Por ejemplo, quizás alguien sabe de electrónica y lo suma. En estos proyectos siempre pesa que más allá del crecimiento intelectual o los conocimientos a explorar, todo se puede tornar una herramienta para un futuro laburo o una “changa”.

Empezamos a jugar con instalaciones de software libre y fue derivando hasta llegar al hardware libre, a hacer dispositivos y aparatos, a enseñarles cómo trabajar con la programación. Primero era pura experimentación, dar a conocer cómo se programa, etc. Y después pensamos en armar algunos proyectos en base a eso, como juguetes o cuestiones lúdicas para personas con problemas de motricidad”.

–¿Cómo se vincula el software libre y el hardware libre?

Hardware libre tiene más o menos la misma filosofía que el software libre. Es un artefacto con determinadas características, que justamente lo hacen apropiable para pensar proyectos de experimentación. Para que funcione necesitas darle una lógica. Esa lógica se la das con el software libre. Es decir, un aparato digital no funciona sin su parte lógica, que es una lógica de códigos, de instrucciones que uno le da a esta máquina para que tenga una determinada funcionalidad.

Entre otras tantas cosas, en el software libre está la posibilidad poder completar ese software. No es que está terminado y es una cosa cerrada, sino que te abre a vos la oportunidad de colaborar y cooperar con ese desarrollo tecnológico.

Está pensado por comunidades de software libre y nosotros trabajamos con las plataformas de Arduino, que tienen una historia bastante interesante y que nacen también de comunidades italianas. Toman el nombre de un bar donde se juntaban a intercambiar cosas y ahí cranearon una plataforma de hardware que permitiera usarse de forma didáctica y poder producir artefactos.

–La documentación de procesos sociales siempre es compleja ¿De dónde tomaron insumos para poder trabajar los talleres de tecnologías? ¿Han generado documentación que pueda servirle a otros colectivos similares?

Cuando empezamos la experimentación con hardware libre y los dispositivos lúdicos, una de las fuentes de información fue de la Cooperativa Cambá, que tienen un laboratorio de tecnologías creativas y justo habían venido a Santa Fe para hacer varios talleres. Tomamos varias ideas de esa propuesta y a la vez les contamos explícitamente lo que estábamos llevando adelante. Hubo un enganche y trabajamos algunas fichas de documentación que tenían armadas.

La idea siempre fue generar nuestros propios tutoriales o manuales. Siempre está dentro de la planificación, pero lleva tiempo. Hay que andar camino para que documentar tenga un sentido. Para que se apropien los muchachos. La vemos como estratégica, porque justamente es una parte vital del software y la cultura libre, poder producir documentación que es necesaria para cualquier proceso de implementación de tecnología o de desarrollo de tecnologías.

Por ahí cuando uno dice documentar – al menos a mi me pasa –, suena a un proceso técnico para técnicos. Y la potencia que hay en este tipo de experiencias es esa especie de conocimiento y de prácticas más silvestre. ¿Cómo documentamos desde nuestra comunidad? ¿Qué tipo de documentación hacemos? ¿Una como la que hace un profesional del desarrollo de software o proponemos otra cosa? Me parece que ahí hay algo muy interesante para jugar.

En el momento inicial de la pandemia hubo un motín – no sé si es la palabra adecuada, si es una revuelta o qué es lo que fue – y se perdió todo lo que había de antes: las computadoras, los armarios con los dispositivos de Arduino, los pizarrones, etc. Entonces recién ahora vamos a poder llevar un pizarrón, lo que ayudaría a iniciar esa práctica de “documentar”. Quizás con el pizarrón sea un poco más fácil de visualizar, o de ir tomando notas para posteriormente generar algún material.

–¿Se puede vincular la soberanía tecnológica y la soberanía alimentaria?

Hay un concepto muy interesante, que lo estamos estudiando ahora que es el solarpunk, que implica una suerte de permacultura computacional. Hay una movida interesantísima de pensar en lo digital la permacultura – la cual es una de las tantas vertientes de lo agroecológico, de lo ambiental, de cómo producir y, en realidad, de cómo vivir. Porque la permacultura tiene que ver no sólo con la producción de alimentos, sino con la construcción del hogar, de un espacio, de la cultura permanente.

Hay un movimiento muy grande del cual soy parte, que en la argentina se llama cibercirujas, con una idea bastante básica: pone en cuestión la exigencia de tener la última computadora, por ejemplo, o todo un mercado enorme sobre los equipamiento y las software que como usuaries necesitamos.

Lo que se hace habitualmente es escribir un texto, navegar en internet, hacer algún tipo de comunicación con alguien – a partir de alguna plataforma –, diseñar alguna imagen, jugar juegos y ver una película. En términos generales hacemos eso. Y esas cosas que antes hacíamos con equipos más limitados, hoy en día parece que hay que tener una computadora de cien mil pesos para hacer lo mismo.

Lo que les cibercirujas decimos es que no necesitamos tanto equipo. Lo que hay en juego es que determinadas corporaciones promueven una forma de consumir, una forma de tener sistemas – por ejemplo hablo de Microsoft –, que una PC tiene que tener el Windows 11 ahora.

El software privativo, hablo de Microsoft Windows más específicamente, con un equipo más o menos de diez años, no va a andar. Y con un software libre, una distribución GNU/Linux, si. Entonces, el software libre en sí mismo permite ciertas prácticas y tiene mirada ecológica de fondo. Porque ya no podemos producir más computadoras, esa es la otra cuestión ¿no? Una computadora está compuesta por minerales, por una cantidad de cosas que es funcional el extractivismo. Con todas las computadores que hay podríamos tener una cada uno y nos sobra y no comprar más. En lo personal me apunto por eso y además porque muy interesante también conocer cómo funcionan las cosas y me parece que es un camino saludable también.▪

 

Fecha: 15/9/21
Colectivo En Las Flores: “El taller es un entramado, realmente se siente a la tecnología como una mediación social”
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