Recorremos aspectos destacados del cine nacional a través de la mirada y aportes de docentes de la FCEDU-UNER
23 de mayo: Día del cine nacional
Por Carolina Betique*
El 23 de mayo de 1909 se proyectó en Buenos Aires La Revolución de Mayo, una película argentina que narra lo sucedido durante los días previos a la asunción de la Primera Junta del Virreinato del Río de la Plata. Seguramente, si se consultara a los espectadores de esa función, éstos coincidirían con el docente de la Licenciatura en Comunicación Social Pablo Feuillade en que “el cine es una forma expresiva bellísima”. No por nada, se lo cataloga desde 1911 como el séptimo arte.
En cuanto a la historia del medio, hay que buscarla en “la vida social de los pueblos”, sostiene en Cine Argentino (entre lo posible y lo deseable) Octavio Getino, guionista y director que en la década de 1990 dictó un seminario para el Centro de Producción en Comunicación y Educación (CePCE) de la FCEDU – UNER. Esa obra fue valorada por Javier Miranda, profesor de Historia de los Medios, puesto que el autor “hace alusión permanente a las dimensiones económica, política, tecnológica, socio-antropológica y cultural-discursiva” que atraviesan el desarrollo de la cinematografía.
Entre éxitos y crisis
El cinematógrafo, máquina que permitía filmar escenas y mostrarlas en una pared, llegó al país en 1896. En julio se presentó en Buenos Aires y a fines de año comenzó a utilizarse en Paraná y Santa Fe. El aparato fue traído por directores y técnicos inmigrantes que luego produjeron artesanalmente las primeras películas argentinas. Con el objetivo de reafirmar la identidad nacional, éstos relataron hitos patrios y situaciones gauchescas valiéndose de imágenes en movimiento. También, crearon noticieros del centenario y documentales acerca de hechos coyunturales. Entre los filmes se destacó Juan sin ropa, el cual rescató lo sucedido en la Semana Trágica de enero de 1919 y se puso en circulación seis meses después.
A partir de 1920, se rodaron largometrajes sobre el tango, los conventillos y los movimientos obreros, temáticas relacionadas con la vida de los sectores populares urbanos. Ya se habían instalado salas en distintas provincias y los realizadores apostaban a conquistar espectadores en toda Latinoamérica.
Con empeño y sin financiamiento estatal, durante la Década Infame el cine logró reconocimiento más allá de las fronteras y tuvo su período de mayor auge. Para ilustrar el crecimiento de la industria, Getino especifica que en el país se hicieron dos películas en 1932, seis en 1933, 13 en 1935, 28 en 1937 y 50 en 1939. En general, hubo tramas de dos tipos: críticas y pasatistas. Productores como Mario Soffici, Leopoldo Torres Ríos y Lucas Demare abordaron problemas como la marginalización social y la explotación laboral rural y proletaria. En contraposición, otros filmaron comedias ingenuas, como Margarita, Armando y su padre, de 1939, y Los martes orquídeas, de 1940, ambas dirigidas por Francisco Mugica.
Tras éxitos sumamente taquilleros, a mediados de la década de 1940 se manifestó una crisis en el cine. Durante la Segunda Guerra Mundial la Argentina dejó de comprar insumos europeos y empezó a importar materiales estadounidenses. Pero el abastecimiento se resintió por razones políticas y México acaparó los mercados que solían consumir producciones locales. El público interno, a su vez, se inclinó por ofertas hollywoodenses. Hubo reclamos profesionales de asistencia gubernamental y, en respuesta, la Secretaría de Trabajo y Previsión inauguró el proteccionismo del rubro en 1944: estableció la obligatoriedad de pasar películas nacionales en todas las salas del país. Tal norma rigió hasta 1955.
La autodenominada Revolución Libertadora llevó adelante detenciones, proscripciones y deportaciones de figuras del ámbito cinematográfico. Por otro lado, otro factor que debilitó a la industria fue la aparición de la televisión, medio que se consolidó en la década de 1960 y que compitió con la pantalla grande por la atención colectiva y la inversión de capitales.
Fue entonces que surgieron los cortometrajistas críticos, directores abocados a un rubro por el que las masas no se interesaban y que, por ende, los poderes de turno no controlaban demasiado. En 1956 fueron creadas la Asociación de Cine Experimental y, por iniciativa de Fernando Birri, quien en 1960 dirigió el documental social Tire die, la Escuela de Cine de Santa Fe. Tanto allí como en instituciones similares, se formaron muchos jóvenes que se consagrarían como referentes del cine de autor de la época.
Durante el gobierno de facto de Onganía, la censura de tramas controversiales fue corriente y primaron las ficciones ligeras. Muchas de ellas fueron protagonizadas por íconos televisivos del momento como Jorge Porcel y Alberto Olmedo. Lo que sí avaló la Revolución Argentina fueron los filmes con perspectiva épica histórica, como Martín Fierro de 1968. Con todo, a fines de la década de 1960 circuló clandestinamente, entre otros, La hora de los hornos, un relato con pretensiones políticas elaborado por Fernando Solanas, Gerardo Vallejo y Getino, integrantes del Grupo de Cine Liberación.
Por otra parte, entre mayo de 1973 y julio de 1974 se impulsó al cine con estímulos a la producción; abolición de la censura; y difusión de las 54 películas que se realizaron durante ese período. El guionista de Perón, La revolución justicialista sostiene: “Nunca en tan escaso tiempo logró hacerse tanto en la cinematografía nacional; tampoco nunca pudo lograrse un nivel de destrucción como el que se inauguró posteriormente”. Es que desde mediados de 1974 hasta principios de la década de 1980 el cine volvió a ser blanco de prohibiciones y se degradó la calidad de sus contenidos.
Escenas contemporáneas
De forma incipiente, reaparecieron los abordajes críticos en 1982, cuando se estrenó Plata Dulce. Ya en democracia, los cineastas siguieron tres líneas de producción: comercial; de calidad; y de autor. La primera implicaba invertir esfuerzos y costos creativos mínimos para obtener réditos económicos. La segunda, en imitar las tendencias del mercado procurando conservar niveles técnicos y estéticos altos, tal el caso de La noche de los Lápices, estrenada en 1986. La tercera, en cambio, consistía en filmar y editar con el criterio de quienes juzgaban competencias en el exterior.
Producto de las ofertas que recibía, el público masivo optó con frecuencia por mirar títulos nacionales pasatistas y películas extranjeras. Además, cerraron salas de barrio y se instalaron salas multipantallas en los centros comerciales de las ciudades. En Nuevas tecnologías y cambios en el consumo y usos del cine, Patricia Terrero precisa la cantidad de espacios de exhibición que hubo en el país a través del tiempo: en el período comprendido entre 1959 y 1969 había 2.043; en 1979, 994; y en 1993, cuando la videocasetera y los videoclubes se volvieron corrientes, sólo 350. En 2012, según datos del Sindicato de la Industria Cinematográfica Argentina, había 262 salas y 827 pantallas.
Por otra parte, en la década de 1990, asimismo, se empezó a hablar con mayor asiduidad en términos de contenidos audiovisuales y no sólo de cine en ámbitos legislativos y académicos. Actualmente, la televisión, los DVD y, sobre todo, la web son alternativas de visualización. La plataforma Cine.ar, por caso, es una iniciativa del INCAA que puede abrirse tanto en una computadora con Internet como desde una aplicación para celulares y tabletas.
Para los creadores, los hábitos de recepción contemporáneos presentan posibilidades y desafíos que antaño no existían. Al respecto, Feuillade expresó: “Hoy no se produce cine en la región, pero sí se realizan muchísimos materiales audiovisuales”. Por su parte, Gustavo Hennekens, quien está a cargo del Área de Producción Audiovisual del CePCE, comentó que las piezas que allí se elaboran privilegian los formatos cortos, pues están pensadas para espectadores cibernéticos.
Con todo, El Anuario 2016 del INCAA señala que el año pasado se estrenaron 199 largometrajes de producción o coproducción nacional en la Argentina. También, que 7.326.840 personas eligieron verlos en salas.
Textos relacionados disponibles en Biblioteca
Terrero, Patricia (1999). Culturas locales y cambios tecnológicos. Facultad de Ciencias de la Educación. UNER: Paraná.
Sel, Susana; Armand, Sergio; Pérez Fernández, Silvia. (2013) ¿Post-analógico?: entre mitos, pixeles y emulsiones. Prometeo Libros: Buenos Aires
Getino, Octavio. (1988). Cine latinoamericano