El recuerdo de sus compañeras y compañeros de trabajo, a un mes de la partida física de Claudia Rosa, docente de nuestra casa.
Por Equipo de cátedra de Semiótica
y Procesos Culturales Argentinos y Latinoamericanos
Bien sabemos de la fragilidad de la vida, pero cuando la muerte irrumpe de repente, sin sus anticipos o noticias, la sinrazón de lo que sabemos ineludible, nos deja sin palabras ni consuelo.
Hace un mes exactamente, de repente, sin aviso, ha muerto Claudia Rosa.
Quién hubiera dicho que ese mensaje que abrimos, distraídos, iba a traer la presencia de su muerte.
Quién hubiera dicho que esa tarde, en un hospital cerca de un río, Claudia estaba librando una batalla decisiva.
Quién hubiera dicho que a esa hora, ella, tan joven, tan vital, tan intensa, iba a cerrar el último libro para irse.
Claudia murió el 5 de julio en Corrientes. Sí, corrientes. ¿En qué otro lugar, si no, nos preguntamos, sabiendo la importancia que para ella tenían las palabras?
La muerte la encontró en su lugar, en medio de esas corrientes a las que se entregaba: las de ríos enardecidos, las de remansos suaves, las de aguas profundas o aquellas de terrenos playos que dejan ver un fondo dorado.
La muerte la llevó, la está llevando, en esas sus corrientes insondables, mientras nosotros, desde acá buscamos cómo nombrarla en un feroz intento de retenerla.
Buscamos adjetivos para definirla pero Claudia, fiel a esas corrientes que la atravesaban, se resiste a cualquier definición. Versátil, hecha de río, culta en todas las culturas (saberes altos, saberes bajos, saberes populares, saberes nuevos, saberes antiguos, agrios, dionisíacos) se escurre como el agua en la arena mientras constatamos que nos será difícil encontrar alguien
con tanta disponibilidad para aprehender la multiformidad de la existencia.
Sin embargo debemos recordarla para emprender este duelo sin promesas de paraíso.
Queremos recordarla en su vida cotidiana, intensa, vital, generosa, inteligente, aguda.
Queremos recordarla en su escritura refulgente, iniciática y en su trabajo por y para la escritura de los otros: su Matronardi, su Calveyra, su Veiravé. En su lucha por imponer un canon de provincias. En los nombres de Emma Barrandeguy o Celeste Mendaro. Lectora curiosa y original, en búsqueda constante de los bordes, de aquellas escrituras olvidadas, marginadas,
era una crítica sagaz y vanguardista.
La formación de equipos ocupaba gran parte de su tiempo y fue tarea fundamental en su historia académica; en ello quedaba evidenciada su generosidad, su capacidad de construir lazos y su constante labor investigativa.
Durante muchos años desarrolló su labor docente en las cátedras de Semiótica y de Procesos culturales latinoamericanos, dos asignaturas en las que lejos de los conformismos, de la opinión corriente, se ocupaba de ‘volar la cabeza’ de los estudiantes, de desarmar cualquier sentido automatizado para conducir el pensamiento a otras semiosis posibles. Transformaba las nimiedades en relato, en punto de vista original, en escorzo que alumbraba un ángulo nuevo, desconocido.
Unidos con Claudia por un trayecto existencial compartido, en el ejercicio del tiempo académico aprendimos juntos el justo respeto y celebración de las diferencias. Claudia, por el gesto controversial que la caracterizaba, siempre se disponía a celebrar los lujos de la polémica con su sesgo provocador y productivo de sentido. Por eso su presencia donde fuere, movía emociones que inauguraban casi siempre encuentros fecundos.
Atravesadas por el mismo río que interpeló a Juanele, en la proximidad de las aguas que arriman y en la distancia de tiempo no físico de orillas que nos dispersan emerge el afecto vivo, sostenido de un solo pensamiento suspendido, que aún nos reúne.
Ella ha cruzado el río. Pero la vemos, enfrente. Todavía cerca.