Por Víctor Fleitas
Murió Guillermo Alfieri,
un periodista de pura cepa
A la edad de 82 años, en la mañana de ayer [domingo 3 de junio de 2018] dejó de existir Guillermo Alberto Alfieri, referencia ineludible para quienes, como estudiantes de la carrera de Comunicación Social de la UNER o como colegas, en el campo profesional, lo escucharon hablar o lo vieron ejercer el oficio de periodista, condición que lo definió como ninguna otra, pese a que por años hizo méritos para ser considerado un docente universitario de valía.
Nacido en Ramos Mejía, en 1935, fue uno de los tantos hijos del pueblo a los que la movilidad social ascendente le permitió integrarse a labores que no parecían estar hechas para las clases subalternas.
Desde su juventud urdió un fuerte vínculo humano con Alipio Paoletti quien, además de amigo, fue su principal modelo como periodista. Junto a Mario, hermano de Tito, convirtieron un periódico menor de La Rioja, como El Independiente, en la más extraordinaria experiencia cooperativa que ninguna empresa periodística haya protagonizado hasta hoy. “Fue mi época de oro”, rememoraba Alfieri, cada vez que podía. El golpe de Estado descabezó aquella conducción y mutiló la política editorial. Como a tantos argentinos que quedaron “a disposición del Poder Ejecutivo Nacional”, Alfieri soportó entonces la cárcel sin que jamás se le indicara el delito que se le imputaba ni pudiera ejercer la defensa en juicio.
Paradojas de la existencia, en el encierro encontró la compañera que lo ayudó a proyectarse, Mercedes Porqueres, con quien rearmó su proyecto de vida. La casualidad los dejó en Paraná, con una mano atrás y otra adelante, para darle brillo a EL DIARIO en cuyas filas se enroló.
Fue padre de cuatro hijos: en la etapa riojana, nacieron Guillermo (periodista) y Laura (docente); en la entrerriana, Juan Martín (secretario de Comunicación Institucional de la UNL) y Santiago (fiscal judicial de La Paz). Todos, herederos de un mismo culto por la palabra.
MARCA REGISTRADA
En nuestra Hoja, tuvo a cargo columnas enormemente recordadas como Temas Pendientes, Coloquio y Crónicas en claroscuro, que siguió escribiendo hasta hace poco. Su estilo era refinado, despojado de rococó, directo, políticamente claro: Alfieri nunca escribió contra las mayorías y cuando un proyecto las abarcaba no le miraba el pelaje partidario ni se dejaba tironear por ninguna interna. Aunque en lo personal, se asumía como un hombre de izquierdas nunca antepuso sus intereses políticos particulares ni se apropió de lugares simbólicos o funciones que tiñeran de parcial su trabajo; fue un republicano, que valoraba la política, que creía en partidos vigorosos y en proyectos por encima de los nombres propios, que criticaba las instituciones ciegas y sordas a las demandas populares, pero también que reconocía que el lugar del periodista era el de la observación y la crítica, el de hacer visible lo valioso, lo corregible y lo directamente cretino, el de tomar notar y transmitir con claridad las posiciones. No era un ególatra y ni siquiera en reuniones privadas se prendía al despellejamiento artero del francotirador, pese a que sufrió los disparos de envidiosos ad honorem y de mensajeros rentados por aquellos a quienes Alfieri enfrentaba.
Es cierto que creía que el rigor en la información era una materia prima insoslayable; también es verdad que su primer gesto era siempre documentarse con la mejor calificada fuente disponible. No adhería a la adjetivación grandilocuente, ni para cuestionar ni para elogiar. Su escritura era distinguida, incluso cuando deshacía una iniciativa chusca o confrontaba con determinados personajes públicos. No era un maltratador; creía en la capacidad de convencimiento del periodismo, confiaba en que un buen argumento merecía desplazar a un fundamento endeble. No obstante, acaso por aquello de que lo cortés no tiene por qué quitar lo valiente, no dudaba ni un instante en establecerse como referencia de que era posible otra sociedad, otra política, otra forma de entender el Estado. Y de denunciar iniquidades, si de eso se trataba.
PREFERENCIAS
Lector empedernido, su mayor riqueza era su biblioteca. Amante del cine y el teatro, era tan prolijo para cubrir la conferencia de prensa de un Gobernador como para comunicar el punto de vista del más sencillo de los dirigentes de base, a quienes por otro lado nunca les mezquinó espacio ni consideración.
Si su fase riojana fue excelsa en lo personal, Paraná pudo disfrutar de su madurez como intelectual, tanto en sus aventuras profesionales como por su participación en las gestiones en Ciencias de la Educación, en una etapa donde la recuperación democrática era un combustible magnífico para los deseos de transformación.
Si bien fue autor de libros absolutamente recomendables (“Coloquios de la comarca”, “El libro de Tito Paoletti” y “Ver de memoria”) no se consideraba un escritor sino que asumía la faena como una especie de extensión de su mirada periodística sobre el mundo.
Sobre el final, sus Crónicas en claroscuro, que repartía casi como de mano en mano, por correo electrónico, le permitían al lector avezado reencontrarse con aquel placer de años atrás, socialmente compartido, de recorrer sus producciones con EL DIARIO abierto de par en par, para trazar isobaras e isoyetas que conecten lo que ocurría con criterios de justicia y para señalar aquello que ni el noble ni el villano podían dejar de considerar.
El legado de este hombre de andar y vestir sencillos es un tesoro que aún no fue adecuadamente estudiado, ni siquiera en la carrera de la que fue Coordinador durante un rico período de su historia institucional. Una de las últimas intervenciones hacia el entorno que amorosamente lo cobijó en estas últimas semanas (“Quiero ir a tomar mates a Los Vascos”) da la medida de la simpleza con que miraba las cosas este tal Guillermo Alberto Alfieri, que hizo de Paraná su lugar en el mundo, dedicado tiempo completo a la difícil tarea de “Honrar la vida”.